Justo cuando comenzaba la gran crisis de la construcción, aún tuvimos la oportunidad de trabajar sobre dos proyectos de vivienda de distinta escala en una zona muy deteriorada del casco antiguo de la ciudad de Jaén: el barrio de San Juan.
Este segundo edificio ocupa un extraño y muy singular solar de más de seiscientos metros cuadrados apenas a doscientos metros del anterior. El área del solar es diez veces mayor por lo que puede desarrollarse un ambicioso programa de doce viviendas en torno a un gran patio con piscina sobre dos plantas de garaje. Las tipologías varían desde uno a cuatro dormitorios y la normativa obliga a una gran complejidad espacial para que cada una de las viviendas tenga una habitación principal al patio y no se considere vivienda interior, tipología no permitida. Si el esfuerzo en dotar de una gran intensidad espacial con dobles alturas y plantas semienterradas doblemente iluminadas y ventiladas es necesario, no lo es menos el deseo de que la fachada de colores, desafiando de nuevo la monotonía normativa y constructiva, que no la riqueza y diversidad cromática existente en los alrededores, se convierta en protagonista de un conjunto así unificado pero no individualizado donde el sentimiento de comunidad se superponga al de viviendas individuales y el esfuerzo económico se concentre en una piel protectora y eficiente más allá de las habituales soluciones que escatiman medios y convierten las viviendas de entornos modestos como el de San Juan en auténticas trampas para sus habitantes.
El trabajo del arquitecto, en ningún caso un ejercicio de estilo personal o introspectivo, abunda en la posibilidad de proponer escenarios de encuentro para las personas que habitan edificios y conforman por tanto comunidades que son el primero de los círculos, más allá del familiar, que deben ser planteados como nuevos escenarios de la cotidianidad y de una sociedad y de un proyecto de cohesión desde la necesidad a la que alude Peter Singer como “ampliar el círculo de nosotros”.
Trascender los estereotipos de las relaciones sociales y humanas es algo a lo que la arquitectura está obligada. En el caso del barrio de San Juan de la ciudad de Jaén, pensamos que una población mayoritariamente humilde no merece una arquitectura de poca calidad y que era nuestra obligación sugerir arquitecturas que hablaran de mixofilia en un lugar donde existía, por el contrario, una cierta mixofobia, en ambas direcciones. El miedo a vivir con extraños o con aquellos que son diferentes a nosotros empieza en el patio compartido, en el patio de vecinos o en la piscina y se manifiesta en una arquitectura comprometida y propositiva tanto espacial como cromáticamente.