Vista del salón con el panel móvil.

Donald Judd: La expresión sencilla de un pensamiento complejo.
El proyecto surge del encargo de una niña de tres años que requiere un lugar para ella y su hermana en la casa de su tío el soltero. Se toma como punto de partida, una antigua vivienda de los años 70, propiedad de sus abuelos.

El habitar de los años 60 a los 80 estuvo caracterizado por la obtención homogeneidades. Nada más lejos de sus intereses, que aquello que fuera diferente.
Un inicio pensando en las diferencias. Hemos de buscar la diferencia en lo mismo.
Se pretende, con gestos muy simples, obtener un lugar que pueda ir evolucionando con el tiempo inmediato o lejano. Un trazo para siempre, de ahí que se tomen elementos en continuo dinamismo (el tabique). Algo tan estático como una pared convertido en un elemento más del discurrir del tiempo, algo que paradójicamente sea antiestático. Una mesa convertida en cama, una cama en silla, una silla en mesa.
Cuanto más clara sea la forma más rápido nos sabemos en el intervalo, entre paréntesis, en el deseo feliz de la perdida, del vacío.
Nos referimos a una arquitectura, como nos propone J. Quetglas, de la imaginación y no de la ilusión, que no se inicia por ilustraciones sino que simplemente ocurre.
El proyecto sobre este habitar requiere subjetividades que guiadas, por la construcción de mundos obliguen a matizar las diferencias derivadas de un proyectar alejado de parámetros, cánones, reglas, y que se quiebre ante la determinación del sujeto que piensa.
Construir sentidos. No teorías que guíen su habitar, sino lecturas.
La vivienda tiene que silenciar, no debe hablar. La arquitectura, debe interrogar, no escribir.
Conseguir aquello de lo que habla J. Pawson; protegerse de cualquier tipo de ostentación o artificiosidad, o de las cosas que están ahí por razones superficiales. La verdad se equipara con la pureza y la claridad.
[swfobj src=»http://www.jesusgranada.com/wp-content/uploads/2007/12/223MARDELPLATA.swf» allowfullscreen=»true»]