El edificio se sitúa en una condición de límite de la ciudad. En un extremo de la extensión urbana del barrio de Miribilla en Bilbao, el proyecto hace frente a una doble escala; por un lado se enfrenta a la escala territorial, al paisaje, los montes y la carretera de acceso a la ciudad, y por otro se enfrenta a los bloques de viviendas adyacentes y al parque situado al sur. Esta situación de borde se resuelve a partir de un gran volumen al que se le practican sustracciones y perforaciones que permiten articular relaciones de tamaño y escala con su entorno inmediato y con el lejano. Así el frente casi ciego que se enfrenta a la autopista se convierte en un plano rasgado y perforado en su contacto con las viviendas, o con grandes vacíos verticales que permiten introducir la luz en el área de oficinas.
A través de la materialidad también se da respuesta a las distintas condiciones de contorno. En su percepción lejana el volumen constituye una gran masa de pizarra negra. Un objeto abstracto que en el contacto con el peatón se suaviza a través de un basamento de madera de cedro. Se invierten los órdenes tradicionales de base de piedra y construcción ligera en favor de un contacto cercano más cálido.
Interiormente el proyecto se divide en dos partes según su uso: el área de oficinas y el área deportiva que incluye el Frontón y el Trinquete. Frente a un exterior homogéneo, unitario y compacto que resuelve sus encuentros con el entorno a partir de sustracciones de su volumen, el espacio interior deportivo se construye como la articulación de grandes vacíos generados por la estructura de graderíos y de cubierta. El espacio interior es un espacio continuo y abierto que oscila secuencialmente entre la compresión de las zonas de paso y la dilatación de las zonas de estancia y juego. Se ha construido un paisaje interior repleto de conexiones visuales y diagonalizaciones espaciales. Un interior poroso sin apenas divisiones pero que consigue segmentar distintas estancias.
Aprovechando la diferencia de cota entre los dos extremos del solar, se separan los accesos y se ordenan interiormente las circulaciones. Desde el sur se accede a través de la calle peatonal a las oficinas de las Federaciones Deportivas de Vizcaya, y desde el norte, y a una cota superior se accede al Frontón y el Trinquete a través de una plaza que se continúa en el interior del edificio y se convierte en un amplio espacio público interior. El acceso se produce por debajo del volumen del Trinquete y pasado éste se despliega el gran vacío del Frontón. Desde el acceso, éste se percibe a media altura desarrollándose el graderío hacia abajo hasta llegar a la cota del frontón y hacia arriba a través de sus paredes ciegas de hormigón que contienen la cancha de juego y soportan la cubierta que ilumina cenitalmente el espacio.
El gran volumen, el vacío y la iluminación natural recuperan la sensación de los primeros frontones al aire libre. La solución de lucernarios permite obtener una gran luminosidad, pero además ésta se concentra sobre el área de juego dejando en un segundo plano al espectador que gradualmente va quedando en sombra consiguiendo una cierta “teatralización” del espacio deportivo. Tanto el espacio del Frontón como el del Trinquete tienen su propio modo de iluminación que está íntimamente ligado a su espacialidad intrínseca y a la solución estructural adoptada, enfatizando su profundidad y verticalidad.
El espacio queda definido estrictamente por la estructura la cual se compone de una serie de muros de hormigón y pilares apantallados que van recogiendo las superficies de gradas que a su vez se van superponiendo unas a otras. Sobre los muros perimetrales de cerramiento se apoya la estructura metálica de cubierta compuesta por cerchas metálicas de gran canto. El espesor que adquieren resulta de resolver las grandes luces que cubren, pero también de definir los profundos lucernarios que acogen y para dar forma al espacio que cubren. El ritmo que se plantea en la estructura (1-3) permite concentrar las instalaciones en las bandas estrechas y la iluminación natural en las anchas.
En el extremo sur del edificio y con acceso independiente se encuentra el área de oficinas que resuelve el contacto con el resto del volumen a través de una crujía de servicios. A partir de una sustracción del volumen global del edificio se introduce la luz a través de profundos patios verticales, que por su propia forma se protegen de la incidencia directa del sol. La forma resultante de las plantas de oficinas es la de un tridente en donde cada crujía tiene iluminación por dos fachadas. Se obtiene gran superficie útil de forma compacta, se evita la aparición de zonas de trabajo muy profundas y además la forma global del edificio aparece inalterada.
Estas perforaciones sobre la masa compacta que conforma el edificio, además de iluminar y resolver de manera intencionadamente ambigua su escala, permiten el juego contrario al emitir luz por la noche. La presencia de este objeto ciego, masivo y pétreo al que se le escapa la luz por sus huecos hace intuir su actividad interior. Constituye una experiencia urbana en el límite de la ciudad y el territorio.