:: Una estrategia, no una forma.
La sierra de Alor, en suroeste peninsular, es una formación volcánica de piedra oscura, esquistos pizarrosos, batolitos graníticos y la dura roca metamórfica local conocida como “mármol quemado”.
Entre las laderas de morrenas inestables y las vegas del cercano río Guadiana se concentra Olivenza, una ciudad encerrada en el cinturón de su muralla Vaubán solo rebasado muy recientemente con crecimientos horizontales, anárquicos, modernos. Entre atalayas, la citada sierra de Alor, las torres de San Jorge y de San Benito de la Contienda, la torre del Cubo del Castillo de Olivenza, se sitúa el proyecto. En el proceso de elaboración del proyecto, la exigua parcela se ve rodeada de forma paulatina por un magma siempre creciente de viviendas en baja densidad…
Acción-reacción. Optamos por la concentración. El CIT (Centro Integral Territorial) apuesta por referentes profundos, anacrónicos: la roca oscura de la montaña, los volúmenes de las torres defensivas, las piedras reunidas, juntas, en un campo labrado, el fresco zaguán de la casa extremeña.
Como un barco varado en el mar asimétrico de tejas prefabricadas de hormigón y rejas mecanizadas a un lado y al otro, dada la extrema condición de límite del solar, los lejanos horizontes marcados por la simplificación agrícola de la vegetación, el edificio emerge y se constituye en referente local y urbano. Como un atlante que da un paso vigoroso al frente, el CIT de Olivenza quiere erigirse como centro social local, ofreciendo su planta baja, aparcamiento, jardines, aula, sala de reuniones, como espacio esencialmente público cedido al barrio.
Un proyecto que busca el fomento de las nuevas tecnologías en la zona, la mejora de los entornos naturales, la promoción económica y empresarial, la conciencia ambiental, ecológica y de igualdad, todas pretensiones radicalmente modernas, debe plantear desde el mismo edificio un marcado carácter de compromiso y sinceridad. Tocamos el suelo casi de puntillas, reduciendo al máximo la cimentación en un terreno poco favorable. Como respuesta al entorno más próximo proponemos un contorno ciego, un edificio como una roca que se horada y se abre al exterior de forma controlada y útil, aunque no sin cierto ensimismamiento que denota concentración y trabajo. Por el contrario, la planta baja se hace amable, permeable, invita a entrar en el edificio, a recorrerlo, a tocarlo. Incluso el obligado retranqueo de la parcela se ajardina planteando una cortina verde que se regala a un barrio de durísimas alineaciones. La arquitectura se transforma entonces en un recipiente de sensaciones donde el principio según el cual el espacio interior debe trascender hacia el exterior ha sido sustituido por el principio de la indiferencia: interior y exterior son una misma cosa. De este modo, la arquitectura se acerca a la sociedad a través de sensaciones, más que a través de la geometría euclídea… Pero, ¿no son las nuevas sensaciones la aplicación de una nueva geometría?, una geometría sensorial, una endoarquitectura.
El nuevo CIT presentará el valor de la innovación, de los nuevos aprovechamientos y de renovadas fórmulas de gestión y concertación social conducentes a la sostenibilidad de los recursos de la comarca en un edificio hecho de sensaciones agradables, propositivas, germinales. No es un monumento, ni un edificio institucional. No hay escalinatas, ni grandes vestíbulos ni zonas de pasos perdidos. Sí hay espacio y materia. Luz. Sí hay control energético inmotizado y abundancia de aislamiento. De inercia térmica. Hay instalaciones bioclimáticas, haciendo casi autosuficiente el edificio. Muros trombe, suelo refrescante y radiante, ventilación continua, cubiertas jardín ecológicas, aljibes…
Un trozo de atmósfera vital y efervescente comprometido con el lugar y el medio ambiente. Un edificio pleno de masa crítica que deberá demostrar al visitante y al usuario, de un primer vistazo, la estrecha relación entre el hombre y sus actividades con la naturaleza y el medio. El espacio nunca es neutro, pero en el proyecto que proponemos la sencillez, quitar lo que sobra, quedarse en los huesos, es estrategia, no forma. La condición corpórea y táctil de la propuesta tiene algo de recuperación de situaciones originarias que, sin duda, estuvieron presentes en las obras de aquellos que por primera vez se enfrentaron a la construcción: un abrigo, una sombra, un camino, una atalaya, un lugar en la naturaleza…, una apuesta por el vacío que es radicalmente contemporánea, y, a la vez, sutilmente anacrónica: resuena de fondo el verso de Evtuchenko, en el que a diferencia de la llamada de Rimbaud a ser siempre absolutamente modernos, recomendaba mantenerse algo anacrónicos para poder ser reconocidos por todas las generaciones, las anteriores y las venideras… Vacío, patios, si, pero con un deje nostálgico, un cierto anacronismo…, como Latour, nunca fuimos modernos.
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