José Miguel Chaparro Jaime Suárez,

Hay una parte de la gestión institucional de la ciudad que concibe la arquitectura como un mero soporte instrumental, con el que resolver la articulación de lo financiero, lo funcional y lo espacial. Actúa guiada por un criterio de eficacia que necesita de caminos expeditos, procesos protocolizados y colaboracionismo tecnológico. Está urgida por los plazos medios de una legislatura o por los cortos de la rentabilidad de la inversión, anteponen un uso depredador del territorio o la ciudad a cualquier exigencia de habitabilidad o calidad espacial. Sería ingenuo por parte de la arquitectura no aceptar estos factores como determinantes de su trabajo y, al mismo tiempo, destructivo para -ella no impulsar estrategias proyectuales que le permitan encajar ahí sus intereses.

Cuando encargaron a Peter Eisenman el diseño del tan celebrado Centro Aronof, éste comenzó por imaginar como debería ser la formación de los futuros estudiantes que un día frecuentarían el edificio. La iniciativa quería poner en evidencia, partiendo del cuestionamiento de la propia actividad que iba a ser alojada, alguna de las cosas que a menudo se dan por entendidas cuando un cliente encarga un determinado edificio. El resultado de ese particular tour de force ha sido objeto de un detenido y sesudo examen por parte de un grupo de intelectuales americanos, que han coincidido en la gran aportación que la iniciativa ha tenido para otra definición de la arquitectura en nuestra sociedad contemporánea.

En realidad, lo que parecería ser algo exótico en las circunstancias actuales, alienta en cada ocasión el encargo arquitectónico -sea éste directo o resultado de un sistema de selección- y refleja el vacío de una ausencia: se han perdido las bases de acuerdo por las que se regía el encuentro entre sociedad y arquitectura; tanto como para que gente como Rem Koolhaas (OMA) haya postulado a esta sociedad como una sociedad que no necesita arquitectura.

Frente a diagnósticos tan contundentes florecen una miríada de actitudes, proyectos y realizaciones que encaran el temporal con los aparejos que tienen a mano. Es el caso de este pequeño Centro de Formación en las proximidades de Sevilla que añade a la correcta resolución de los requerimientos del encargo por el que surgió una buena dosis de calidad en los espacios y en la concepción formal del edificio.

Construido para realizar cursos y prácticas relacionadas con la actividad de hotelería, como ampliación del programa docente del existente restaurante-escuela Cortijo Torrepavas, los autores consiguen, distanciándose espacial y formalmente de éste y con una sencilla lógica compositiva, una presencia significativa en el medio donde se instala, ya urbano pero aún marcado por lo rural. Un papel que, en el conjunto de la intervención, es asumido por el pequeño hotel de prácticas: un volumen que se desgaja del edificio en planta alta -con cinco habitaciones cuidadosamente diseñadas que disponen el baño revestido con madera dando a la fachada- y construye el umbral de entrada al tiempo que segrega las dos áreas urbanizadas y arboladas.

Ya en su interior, y segregando con un módulo de recepción el pequeño hall de subida a las habitaciones de la zona docente, el edificio se articula en torno a un tan austero como bello patio interior acristalado que distribuye el conjunto de las aulas teórico-prácticas y demás instalaciones en sus dos plantas. Un valioso dispositivo de articulación espacial y visual, referencia para el desarrollo de la actividad de alumnos y profesores, donde se producen y encuentran las múltiples relaciones entre los diversos espacios y el exterior.

Si el aprendizaje, como la propia vida, tiene que ver con los lugares donde éste se desarrolla, de ello deben saber los autores de este centro al posibilitar que ambiente y entorno físico formen parte del proceso educativo.

Pues bien, si como para nuestra querida Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, tan importante para la formación es la personalidad del maestro como el ambiente de la escuela, habremos de decir, parafraseando el discurso inaugural de 1880, que en lo que toca a su arquitectura «obra es ésta, señores, de clara concepción, labor profunda, ánimo sereno, devoción austera y paciencia inquebrantable».
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