Vivimos más acostumbrados al espacio denso que al vacío, al roce y al entrecruzamiento con otras personas que a la soledad del vacío. Por naturaleza, el espacio contemporáneo es denso, abigarrado, plagado de acontecimientos y de actividades diversas; un espacio donde convive la suma de muchos sujetos, cada uno con sus deseos y apetencias.
Esta idea del espacio denso ha traído importantes consecuencias para el proyecto arquitectónico. El interior de la arquitectura no está dominado por la composición, sino por la necesidad de hacer compatibles funciones diversas, deseos contradictorios y experiencias múltiples. Ello se ha traducido en una idea de proyecto enriquecida ante la necesidad de trabajar con un espacio al que se asoman las personas y en el que coexisten diversidad de programas.
La ciudad histórica tiene multitud de espacios que, por acontecimientos históricos, se han convertido en lugares singulares. Las arquitecturas se comprimen unas con otras haciendo que estos espacios sean de por sí interesantes, espacios que podrían considerarse estancias si uno fuera capaz de imaginarlos con techos.
El teatro Ramos Carrión, que en una primera fase se debía ampliar y adecuar a palacio’ de congresos, se sitúa estratégicamente sobre un jardín mirador que da sobre el río Duero, acodalado por diversas construcciones. El objetivo de la actuación era pensar un espacio público donde se encontrasen la medianera de un edificio, las paredes de una casa, el muro divisorio de un teatro y la presencia matérica de una muralla. Una ciudad está hecha de tiempos contrapuestos, que saltan a la vista al intervenir en el patrimonio arquitectónico. Se trataba de acompañar el edificio existente, la sala del antiguo teatro Ramos Carrión, de otras arquitecturas que lo acodalaran: unas «cuñas» que constan de un pabellón que amuebla la plaza de acceso y una gran rampa que conecta calles, edificios existentes y un jardín que mira hacia el Duero. Por último, una cubierta, la arquitectura más importante, que acompaña todos los movimientos del público, una cubierta entre el cielo zamorano, casi siempre borrascoso, y la tierra. Sentir el edificio como un objeto «no acabado», con la sala principal que se escapa hacia lo que tiene detrás y a los lados.
Cinco años después de ganar el concurso, el proyecto sufre una nueva ampliación que juega a ese mismo equívoco. Se proyecta un espacio único y continuo, tallado en el propio suelo y disuelto en su cubierta que, de nuevo, resulta ambigua en su definición de abierto y cerrado.
El nuevo edificio reutiliza la imagen y los usos tradicionales. La antigua sala se repropone como espacio contenedor capaz de albergar conciertos, conferencias, encuentros, cine o teatro. Esta nueva versatilidad obliga a modificar la tramoya, que altera su posición como telón de fondo a otro lugar. Un nuevo espacio abstracto invade el jardín, permitiendo su utilización como sala, aula e incluso salón de baile; el resto de la planta baja se destina a área de exposiciones. La nueva plaza que se crea se convierte en mirador urbano sobre el río Duero.
Un nuevo edificio anexo alberga una pequeña sala de ensayos teatrales, oficinas y otras dependencias auxiliares. Al nivel del sótano, y con acceso desde la calle lateral, se sitúa el amplio programa de servicios del edificio (aseos, camerinos, ensayos, instalaciones y garaje).
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Publicaciones
España – Arquitectura Viva Monografías «Anuario 2013» #159-160